Los evangelios del Adviento. Lucas 1,46-55



Evangelio segùn san Lucas 1,46-55
En aquel tiempo, dijo María:
"Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede.
Santo es su nombre,
y su misericordia llega de generación en generación
a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero,
destronó a los potentados
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes
y a los ricos los despidió sin nada.

Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su descendencia,
para siempre''.

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.

Interpretaciòn
Lislie Zaileth Zuniga Pena

Mùsica de fondo
Logic Pro

Meditaciòn
Sr Nella Letizia Castrucci

Meditación
El evangelio de ayer terminó con Isabel calificando de bendita María, porque “creyó en el cumplimiento de lo que el Señor le dijo”, y María, en lugar de responder, canta. Es un canto sin música, es cierto, pero son las palabras las que son “musicales”, tanto es así que, se define un cántico, el cántico de la Santísima Virgen, más conocido por el título de “Magnificat”, del incipit del texto latino
Es el canto de María, pero más propiamente es el canto que María hace de Dios, porque María no quiere hablar de sí misma: ella se limita a magnificar y regocijarse en Dios, y mantiene el objetivo en Él. Son emblemáticos los verbos que utiliza: dos son los que se refiere a sí misma y diez a Dios. Dios mira, hace, despliega, dispersa, vuelca, eleva, llena, pospone, ayuda, recuerda, dice. A través de estos verbos podemos ver la historia con los ojos de Dios: una historia que atraviesa las generaciones, acompañada del hilo rojo de la misericordia, que María sabe captar, porque está en una posición privilegiada -aunque pocos buscan- la de los pequeños y los humildes.
Humilde viene de humus, que en latín significa tierra, polvo: y María, precisamente porque se siente humus, puede magnificar, es decir, hacer grande a Dios. Pero Dios ya es grande, se puede objetar. Sí, ¡¿pero realmente lo tomo así?! ¿Y mi espíritu se regocija en Él, o más bien se queja, refunfuña, exige...? Cuanto más grande hago a Dios, más se dilata mi corazón, soy más capaz de captar la belleza que me rodea, más puedo alegrarme por lo que soy y por lo que tengo. El Magnificat me puede ayudar en esto y siempre puedo rezarlo, porque desde hace siglos es el canto que la Iglesia reza al atardecer de cada día dentro de la liturgia de las Vísperas, que, si no puedo rezar en mi parroquia, o uniéndome a una comunidad religiosa, también puedo seguir en Pregaudio.
Detengámonos especialmente en las “grandes cosas que el Señor ha hecho”: la más grande es una pequeña, un Niño, que en esta Navidad nace también para nosotros, también para mí.

 

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