Los evangelios del Adviento. Mateo 11,16-19



Evangelio segùn Mateo 11,16-19
En aquel tiempo, Jesús dijo «¿Pero, con quién compararé a esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a otros diciendo: "Os hemos tocado la flauta, y no habéis bailado, os hemos entonado endechas, y no os habéis lamentado."Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Demonio tiene." Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores." Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras.»

Interpretaciòn
Lislie Zaileth Zuniga Pena

Mùsica de fondo
Logic Pro

Meditaciòn
Sr Nella Letizia Castrucci

Meditación 
Hay tanta amargura en las palabras de Jesús y, después de todo, ¡¿cómo podría ser de otra manera?! Dios intenta por todos los medios llegar al hombre, pero parece no adivinar nunca el “juego” correcto. Esto se aplicaba al hombre contemporáneo de Jesús, pero también a todos nosotros: si lo pensamos bien, encontraremos en nosotros alguna semejanza con aquellos niños que siempre quieren jugar un juego diferente al que se les propone. Pero más fácilmente nos vendrá a compararlos con personas que conocemos, y que - seamos sinceros - “detestamos”, porque son realmente insoportables con su mutabilidad y su caprichosidad... Jesús no nos odia, Dios no lo quiera, pero nos pone ante nuestras incoherencias e insatisfacciones. 

El ejemplo de sus correligionarios es deslumbrador: Juan Bautista no estaba bien porque era demasiado austero, pero tampoco Jesús, porque se consideraba anticonvencional y flojo. La tentación, tanto de entonces como de hoy, es hacerse un dios a su propia imagen y semejanza, o del tipo “distribuidor automático”, al que recurrir cuando me siento, o cuando lo necesito. O, de tener una religiosidad con dos pesos y dos medidas, en la que el Señor debe intervenir para castigar el mal de los demás, pero no tener posibilidad de hablar sobre mi vida y mis elecciones. La referencia a los juegos de los niños -el lamento y el baile- es un recordatorio entonces de nuestra capacidad de vivir el dolor y la alegría, para no ser presa de esa continua insatisfacción, que no nos hace saborear plenamente el momento presente. Veamos lo bueno, pero no sabemos alegrarnos hasta el final, porque siempre podemos encontrar algo que nos haga torcer la boca; y así también lo hacemos con el mal, que relativizamos fácilmente, porque, como se suele decir, “¿pero qué mal hay?”. 

Es la sabiduría de Dios la que nos revela el mal como mal y el bien como bien, y nos ilumina en vivir en consecuencia con sus obras, no dejándonos dominar por la mutabilidad del sentir. Entendemos bien, entonces, que lo que Jesús nos dice no es cuestión de juego, sino mucho más, porque en juego está la realización de nuestras vidas.

 

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