
Evangelio segùn Mateo 7,21.24-27
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
Meditaciòn
“Caía la lluvia, los ríos se desbordaron, soplaron los vientos... pero la casa no cayó”. Estas palabras suenan si pensamos en la crónica de las últimas semanas, como todos los años en esta temporada, al fin y al cabo, cuando contamos los daños de las lluvias, las inundaciones y los deslizamientos de tierra, por no hablar de los ciclones, que ahora también han llegado a nuestras latitudes.
Aquí, sin embargo, no se habla tanto de la casa en el sentido de edificio, sino de la casa de nuestra existencia, la que construimos a diario con nuestras elecciones y con nuestros estilos de vida. Obviamente, construir sobre la arena es mucho más sencillo y tentador, porque no requiere tanto esfuerzo, y luego te quedas ahí mientras dure...
¿Has intentado alguna vez coger un puñado de arena y observarla? Está formada por fragmentos de roca, cristales y otros sedimentos: un popurrí de elementos que no se unen, al igual que los impulsos que nos mueven a iniciar tantos caminos y a no terminar uno; a plantar nuestra vida un poco en un lugar y un poco en otro, y luego en otro, sin echar raíces nunca en ninguna parte. Para algunos también será bueno vivir así, pero el riesgo es que en algún momento te encuentres sin sentido. Y si luego llega una ráfaga de viento más potente de lo habitual, con una fatiga, una prueba o un dolor, te encuentras en el suelo, decepcionado y desorientado. Construir sobre la roca nos protege de todo esto, porque nos da solidez y estabilidad, pero requiere compromiso y la disposición a escuchar Su palabra, nos lo dice claro Jesús. ¡Escucha, no oigas! Puede parecer una sutileza, pero no lo es: una cosa es oir una reflexión o un discurso, y una cosa es escucharlos. El oído se detiene en los oídos, la escucha entra en el corazón y en la vida. Así que no basta con oir, pero tampoco basta con escuchar la Palabra, sino que hay que “hacerla”, es decir, ponerla en práctica concretamente. Y el primer “hacer” es amar. Lo dice S. Agustín con una frase muy bonita: “Ama y haz lo que quieras”.
Esta “escucha amante” nos arraiga en la roca: lo que no nos protege de las fatigas y los fracasos, porque no cambia el “meteo”, sino que nos da la fuerza de no ser derribados y de ver la esperanza incluso en la peor de las tormentas.
Interpretaciòn
Lislie Zaileth Zuniga Pena
Mùsica de fondo
Logic Pro
Meditaciòn
Sr.Nella Letizia Castrucci